lunes, mayo 19, 2008

FERNANDO SAVATER, Diario El País

Estudiantes en vela


El pasado 14 de abril comenzó en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense un encierro permanente de alumnos, que aún continúa cuando escribo esta nota. Esos estudiantes emplean las largas horas diurnas (¡y nocturnas!) de su enclaustramiento voluntario para debatir sobre el proceso iniciado en Bolonia, destinado a orientar y unificar los estudios universitarios europeos y en el que perciben aspectos realmente inquietantes. No son los únicos: sus motivos de inquietud pueden ser compartidos con mayor o menor alarma por cualquier persona interesada en cuestiones de educación superior.
Hace dos décadas, se inició en toda Europa la aproximación de los estudios universitarios a las demandas laborales de empresas y corporaciones. Parecía lógico acercar la Universidad a la sociedad productiva y beneficiarla con ayudas económicas que vinieran de la empresa privada en busca de buenos profesionales. Pero ya va dando la impresión de que las carreras universitarias se configuran cada vez más para satisfacer las necesidades episódicas del mercado empresarial. Se hacen más cortas y más específicas, de acuerdo con los requerimientos de quienes piden mano de obra cualificada y rápidamente rentable: quien paga, manda. Pronto las antiguas denominaciones de las carreras podrán ser sustituidas por marcas o logos: ya no se dirá "voy a ser filólogo, médico o ingeniero" sino "voy a ser un Pfizer, un Microsoft o un Endesa". Aquí como en otras ocasiones los europeos, mientras seguimos alardeando de antiamericanismo político, nos dedicamos devotamente a copiarles en lo social... y no siempre en sus mejores aspectos.
Por supuesto, si la demanda empresarial organiza y estimula cada vez más las nuevas titulaciones (es decir, si se decide su llamada eufemísticamente "rentabilidad social" de acuerdo con la aptitud para captar financiación de agentes externos y no por criterios más académicos) los estudios de humanidades y también de ciencia básica, poco adaptados a la lógica mercantil, irán siendo relegados al armario de las escobas o al desván de los recuerdos en la oferta universitaria. ¿Se nos permitirá a las bestias académicas en extinción un último lamento bajo el sol implacable del provecho, mientras suben las aguas... y los beneficios de algunos?
Por el momento, en España las universidades han pasado del Ministerio de Educación al de Ciencia e Innovación. Antes, cada vez que se hablaba de educación, inmediatamente se discutía el ordenamiento universitario como antonomasia de lo educativo (lo cual era un disparate, desde luego); bandazo al canto y ahora, cuando se mencione el tenebroso panorama educativo, los universitarios nos encogeremos de hombros porque jugamos ya en otra liga más respetable. No sé, no sé: tampoco me gusta este giro.
Entretanto, el número de estudiantes que quiere ir a la Universidad desciende, mientras la variedad de titulaciones que ofertan un poco a la desesperada los centros crece de manera frenética. Estas nuevas carreras, nacidas bajo la sombra boloñesa, recuerdan a veces a los maliciosos el muestrario de habilidades que debía adquirir una señorita a finales del siglo XIX: corte y confección, historia de Filipinas, preparar paella, etiqueta para disponer a los invitados en la mesa, etcétera. Encargada de evaluarlas según criterios que parecen atender más a la alquimia psicopedagógica y la rentabilidad social que a los propios contenidos de conocimiento, la Aneca (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) nunca olvida en sus dictámenes recomendar que se incluyan lecciones referentes a la igualdad de género. Se perfila así un diseño universitario que reviste de moralina edificante los afanes pragmáticos a más corto plazo, según la ideología que aplican en todos los campos nuestros actuales gobernantes.
Los rectores protestan que son exageraciones, que jamás consentirán en mercantilizar la Universidad y acceden a debatir con los estudiantes recelosos. Bien hecho. Pero ¿van a discutir lo que es mejor hacer o a explicarles lo que inevitablemente se hará? Para justificar su doblegamiento ante la Ley Natural, los estoicos decían: non pareo deo, sed adsentior (no obedezco al dios sino que comparto su criterio). Me temo que a los estudiantes les conviene ir haciendo ejercicios de estoicismo...

Decontruyendo el mito de la educación extranjera

Queridos amigos:

Este es un pequeño informe en el que intento dar luces para deconstruir un imaginario creado a partir de la concepción de que todo lo occidental es bueno y mejor. Mi objetivo no es quejarme de los países que generosamente nos abren las puertas, sino reivindicar nuestra alicaída autoestima nacional que suele venirse más abajo cuando hacemos comparaciones innecesarias y poco productivas.
Es cierto, comparar al inicio es inevitable, pero vivir comparando te amarga la vida y hace que no aprovechemos lo bueno de uno y otro lugar (indudablemente porque nuestras comparaciones casi siempre son mejor - peor).
Comenzando: El exceso de desarrollo y comodidades en los llamados Estado de Bienestar está volviendo a las personas cada vez más inútiles (para tareas simples). Nada se compara a la odisea de tomar un autobús en la avenida Aviación o Larco, para viajar 40 minutos en un constante "sube, sube, al fondo hay sitio, avance, pasaje!"...esa resistencia sólo es nuestra. En un lugar donde todo es perfecto, todo está en orden y bajo control, el más mínimo movimiento que afecte el funcionamiento habitual de las cosas es tomado como desastroso y la gente, acostumbrada a ese estado, no es capaz de adaptarse a ese desorden surgido. Utilizando etiquetas, los estados obsesivos, producen gente poco tolerante al cambio.
Adentrándome en algo más específico, intento transponer lo arriba mencionado al campo de la educación. Las sabias palabras de un compañero (no necesariamente brillante, pero muy práctico), me hicieron darme cuenta de algo que ya sabía, pero que necesitaba escuchar de otro para asimilarlo mejor: Nosotros sabemos más de nuestro continente, de nuestros países y de nuestros problemas (que si son problemas), sin embargo, tu diploma de una universidad europea X te abre las puertas mucho más que una universidad de tu país.
Y esto obedece al imaginario de que todo lo venido de afuera, más aún si viene de “países desarrollados” es mejor que lo propio. Mi explicación es sencilla, bastante empírica y probablemente, cambiará en algún tiempo: El desarrollo de infraestructura, comodidad y el fomento a la educación hacen que la motivación intrínseca para aprender sea un punto fuerte por acá. Los libros a la mano, las ventajas del estudiante (no limitadas sólo a menos pasaje y descuento en museos), los servicios universitarios…lo tienen todo, sino lo aprovechan, es cosa de ellos.
Ahí radica la diferencia, en la facilidad para acceder a todo el material académico que en nuestros países es escaso y en su defecto, importado.
Por eso, y por mucho más, los invito a que se sientan orgullosos de saber más que otros y menos que algunos otros, de haber desarrollado capacidades de supervivencia que los hacen más útiles en la vida y sobre todo, de tener una capacidad de análisis y deducción superiores a los que tiene un alumno promedio de por acá, pues se traga sin masticar todo lo que le dijo su brillante maestro y esperará 20 años más para ser como él o morir en el intento. Las clases son soliloquios con almas presentes y ojos diversos, sin debate, sin análisis y con “¿alguna pregunta antes de terminar?”
Muchos saludos y espero sus críticas…que agradeceré gustosa.
Pd: No hablé de las patologías nuevas que aprendí: Síndrome de Ulises (el inmigrante que quiere regresar a su casa), Síndrome de Diógenes (se les da a las personas mayores por coleccionar basura) y Síndrome de Peter Pan (los chicos que no quieren crecer por la cantidad de responsabilidades que los esperan)...y continuarán



Yacila Deza Araujo