Algo sobre la utilidad de la droga (y ciertas dependencias)
Jorge Ayala Salinas
"Nuestro estado natural es la dependencia. Las libertades son siempre el fruto de un duro proceso de liberación."
José Antonio Marina (Crónicas de la ultramodernidad)
Forever is a long time
Sentado en la mesa de un bar un fin de semana, la chica del costado y la más pequeña del grupo, se animó a sacar un cigarrillo que era una mezcla de tabaco y marihuana. Dio la vuelta rápidamente hasta consumirse y ser motivo de una conversación que rodeaba la utilidad de la planta y la libertad de su consumo y legalización. Una de las chicas lanza la siguiente pregunta: ¿Qué lugar del mundo escogerían para vivir? Nadie respondió porque quizá ninguno de nosotros conoce otro país que no sea este (y en ese momento la imaginación y los sueños destacaban su ausencia) y la chica tuvo que imponer su presencia a la del silencio para contestar que Holanda seria lo mejor para ella; podría consumir toda la marihuana que quisiera con absoluta libertad.
Esta respuesta me impresionó y me dejó confuso con respecto al uso y valor de la libertad que esta chica que acababa de conocer parecía comprender. Destacó el uso de la libertad como eje central de su respuesta, su presencia y lugar en el mundo. Escoger Holanda significaba escoger un país donde el consumo de drogas esta legalizado y se expande en cualquier coffee shop o bares de cannabis en cada esquina. ¿Qué hizo ella minutos antes? Probablemente lo mismo que podría estar haciendo a esa misma hora en Holanda (hay diferencias en las que no quiero detenerme cuando de lo que aquí se trata es ocupar la comprensión únicamente en el tema de la libertad; esto no responde a analizar la calidad de la droga y sus variedades), fumarse un cigarrillo de marihuana sentada en un bar bebiendo con un grupo de sujetos que comparten su afición, dependencia y ritual diario de consumo.
A pesar de la “libertad” con la que recorría el troncho los labios de quienes bordeábamos la mesa, el argumento de esta chica y su respuesta hacen suponer que aún gozando de la libertad de su consumo hay otra libertad que no (re)conoce y que aclara aquí su negación. Escogería un país precisamente por lo mismo que hacía en su país en ese momento: consumir los restos de una bondadosa plantita que se ubica con facilidad considerando la presencia y cercanía en la ciudad de los lugares donde se la comercializa y la presencia de uno que otro dealer en cualquier universidad. La discreción de su consumo ya no es la misma y bien podrías encerrarte a fumar en tu habitación o hacerlo en grupo en cualquier parque que encuentres no privatizado.
Es una libertad que trae problemas.
La respuesta mediada por el consumo no es la del goce y placer que podría involucrar en la dinámica de su consumo el contacto y la reunión, sino aquella que permite distraerte y colocarte, situarte inmediatamente en otro lugar o espacio mental. El fumar y el beber se convertían en ese momento en una acción tan espontánea como nuestra generación, dejando “la diversión” en un segundo plano: “hay que chupar y fumar hasta que se acaben los tronchos y la plata, luego ya salimos a bailar”.
*
Todos los lugares pueden convertirse, en efecto, en un mismo lugar, en un espacio mental del que no podemos excluirnos. Un espacio que no precisa solo del contacto y la satisfacción de necesidades, por lo general ajenas.
Uno de los factores más importantes en la aparición del consumo de drogas y ciertas dependencias fue producido a raíz de los cambios culturales que tienen en el desarraigo el eje de su discurso. Un desarraigo producido por la migración y las dificultades que aparecen con los cambios estructurales, los nuevos roles sociales, los hogares débiles y descompuestos, movidos en una cultura de masas y dependencias; el narcisismo, la fuga, las nuevas representaciones juveniles (1) y el consumismo actual. Según algunos especialistas como Arnold M. Washton “somos mas vulnerables a las drogodependencias y a todas las adicciones en general, y la susceptibilidad a padecer procesos de dependencia esta aumentando en nuestro ambiente cultural”.
En el diálogo, las dos chicas con las que compartía la mesa (y como en el caso de otros consumidores frecuentes) precisaban sentirse ajenas a la imagen que proyectaban, esclavas de una tristeza que no comprendían y olvidaban con la puesta stone. Reconocían y negaban una libertad paradójica articulada en el relato que cada una reconocía o empezaba a hacerlo y según el cual enfrentaban las circunstancias de la vida. Son chicas que provienen de otra ciudad y están enfrentadas (según su propia confesión) a la soledad del estudiante provinciano tratando de adaptarse realmente dentro de otro contexto de inclusión y exclusión (social y familiar) (2).
Para los jóvenes, las drogas “nos permiten sobreponernos a todo y trastocar los conflictos”. La adicción otorga el poder y la aparente libertad de decidir cuando y donde soy libre y hago lo que quiero, de suponer que puedo manejar cualquier situación pensando que puedo moverme con independencia y sin asedio. Lo tomo cuando quiera y lo dejo cuando quiero. Una falsa libertad que trasciende el (auto) engaño, una libertad abstracta que nos muestra la vulnerabilidad de un sujeto sobreestimulado. Hay una frase del psicólogo George Vallant citada por Marina que nos deja múltiples lecciones: “las toxicomanías nos enseñan humildad”.
La adicción y la droga producen una defensa paradójica tanto en efectos como en argumentos; soy la herida y el puñal (3).
*
Leo en el diario un informe último sobre las drogas en la ciudad de Trujillo. Señala que aumentó el consumo y el uso de la marihuana.
Cedro, en su informe anual indica que la principal causa del incremento del consumo de drogas es la proliferación de los lugares de venta y expendio de las sustancias. El argumento de Cedro es que los consumidores han aumentado debido al aumento en paralelo de la microcomercialización. Hay que negar a Cedro (y aquí viene la tarea), me parece falso y hay que rechazar cualquier argumento que intente justificar un hecho o una situación intentando controlar la sustancia sin ocuparse del sujeto. Es absurdo. Lo demuestran las campañas preocupadas en satanizar el consumo y la droga. Poco han hecho los programas de prevención satanizadores y mucho menos los centros de rehabilitación que carecen de un marco teórico profundo y complejo y se abandonan simplemente a la especulación religiosa y la coacción como forma de redención frente a un problema que nada tiene que ver con Cristo y otras deidades, y son manejados por individuos escasamente preparados y que se otorgan la autoridad que para ellos les ofrece el haber sido consumidores y adictos o haber tenido una experiencia personal que nada tiene o tendría que ver con un hecho generalizado, estrictamente individual y personalizado biográficamente. Hay que ocuparnos una vez más del sujeto teniendo en cuenta que ha sido un cambio cultural lo que ha provocado el incremento de las dependencias. Propongamos y apostemos por un nuevo cambio cultural que involucre al sistema abordado en toda su complejidad.
Un contraste es la experiencia holandesa que registra que no se ha producido un incremento de la drogodependencia con la legalidad y facilidad de su consumo en comparación con los lugares en los que el consumo es ilegal, como es el caso de nuestro país y América Latina. Las políticas de control de la oferta y el consumo son ineficaces y no conducen al cambio.
*
La droga sustrae. Los bajos niveles de tolerancia a la frustración con los que somos educados forman un individuo sujeto a la recompensa rápida y a todo lo inmediato. La impulsividad aumenta y deviene en situaciones involucradas con la conducta delictiva, antisocial, violenta y hasta criminal. Para el sujeto atrapado en su adicción, la libertad representa el valor supremo, el valor más altamente calificado por los consumidores y adictos. El argumento básico es el de una libertad asociada a la toma de decisiones y a la espontaneidad cuando es la misma adicción la que quiebra con esta y cualquier libertad.
Hay una frase acuñada por Julián Marías que remata y resuelve el problema argumentando que “la drogadicción es una enfermedad biográfica”. La dependencia química no es tan dura de combatir y una vez vencida aparece precisamente el peso biográfico de la historia como móvil y marco de representación de la enfermedad. La droga es puro sustrato biográfico. Toda adicción tiene que ver con la influencia del pasado sobre el presente.
El drogodependiente se recupera de la adicción reconstruyendo su historia de vida, aprehendiéndola y ajustándose creativamente a las situaciones de riesgo y tolerancia.
El ritual y la repetición juegan un papel importante. El pasado es individual y la repetición está impulsada por la ansiedad. En grupo, el sentimiento se hace colectivo y se comparten las creencias. La subjetividad (inter)dependiente se forma en las relaciones y conexiones establecidas por el consumo y los rituales que establece. El uso de un lenguaje común y la construcción de significados y supuestos alrededor de la droga posibilitan una coartada perfecta ante cualquier ataque. Ante la menor sospecha de una enfermedad.
Antonhy Giddens observa la adicción como una autonomía congelada. La elección que debiera estar impulsada por la autonomía, es trastocada por la ansiedad. El adicto es un siervo del pasado.
Y siguiendo la línea ultramoderna, el verdadero cambio cultural consiste en importar como supremo y autentico valor la autonomía, de la que ya nos ocuparemos, mas allá de la libertad que se impone.
(1) Impuestas por la moda, la publicidad, la cultura de masas, etc.
(2) Son muchachas que como la mayoría de estudiantes provincianos viven en un cuarto de pensión y conforman el grupo de los cajamarquinos, los tumbesinos, las charapas o los talareños.
(3) Un ejemplo en el cine es The Adicttion, a partir de la metáfora de los vampiros. Un excelente film de uno de los últimos genios y realizadores verdaderamente independientes de los Estados Unidos y toda una generación: Abel Ferrara.
Jorge Ayala Salinas
"Nuestro estado natural es la dependencia. Las libertades son siempre el fruto de un duro proceso de liberación."
José Antonio Marina (Crónicas de la ultramodernidad)
Forever is a long time
Sentado en la mesa de un bar un fin de semana, la chica del costado y la más pequeña del grupo, se animó a sacar un cigarrillo que era una mezcla de tabaco y marihuana. Dio la vuelta rápidamente hasta consumirse y ser motivo de una conversación que rodeaba la utilidad de la planta y la libertad de su consumo y legalización. Una de las chicas lanza la siguiente pregunta: ¿Qué lugar del mundo escogerían para vivir? Nadie respondió porque quizá ninguno de nosotros conoce otro país que no sea este (y en ese momento la imaginación y los sueños destacaban su ausencia) y la chica tuvo que imponer su presencia a la del silencio para contestar que Holanda seria lo mejor para ella; podría consumir toda la marihuana que quisiera con absoluta libertad.
Esta respuesta me impresionó y me dejó confuso con respecto al uso y valor de la libertad que esta chica que acababa de conocer parecía comprender. Destacó el uso de la libertad como eje central de su respuesta, su presencia y lugar en el mundo. Escoger Holanda significaba escoger un país donde el consumo de drogas esta legalizado y se expande en cualquier coffee shop o bares de cannabis en cada esquina. ¿Qué hizo ella minutos antes? Probablemente lo mismo que podría estar haciendo a esa misma hora en Holanda (hay diferencias en las que no quiero detenerme cuando de lo que aquí se trata es ocupar la comprensión únicamente en el tema de la libertad; esto no responde a analizar la calidad de la droga y sus variedades), fumarse un cigarrillo de marihuana sentada en un bar bebiendo con un grupo de sujetos que comparten su afición, dependencia y ritual diario de consumo.
A pesar de la “libertad” con la que recorría el troncho los labios de quienes bordeábamos la mesa, el argumento de esta chica y su respuesta hacen suponer que aún gozando de la libertad de su consumo hay otra libertad que no (re)conoce y que aclara aquí su negación. Escogería un país precisamente por lo mismo que hacía en su país en ese momento: consumir los restos de una bondadosa plantita que se ubica con facilidad considerando la presencia y cercanía en la ciudad de los lugares donde se la comercializa y la presencia de uno que otro dealer en cualquier universidad. La discreción de su consumo ya no es la misma y bien podrías encerrarte a fumar en tu habitación o hacerlo en grupo en cualquier parque que encuentres no privatizado.
Es una libertad que trae problemas.
La respuesta mediada por el consumo no es la del goce y placer que podría involucrar en la dinámica de su consumo el contacto y la reunión, sino aquella que permite distraerte y colocarte, situarte inmediatamente en otro lugar o espacio mental. El fumar y el beber se convertían en ese momento en una acción tan espontánea como nuestra generación, dejando “la diversión” en un segundo plano: “hay que chupar y fumar hasta que se acaben los tronchos y la plata, luego ya salimos a bailar”.
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Todos los lugares pueden convertirse, en efecto, en un mismo lugar, en un espacio mental del que no podemos excluirnos. Un espacio que no precisa solo del contacto y la satisfacción de necesidades, por lo general ajenas.
Uno de los factores más importantes en la aparición del consumo de drogas y ciertas dependencias fue producido a raíz de los cambios culturales que tienen en el desarraigo el eje de su discurso. Un desarraigo producido por la migración y las dificultades que aparecen con los cambios estructurales, los nuevos roles sociales, los hogares débiles y descompuestos, movidos en una cultura de masas y dependencias; el narcisismo, la fuga, las nuevas representaciones juveniles (1) y el consumismo actual. Según algunos especialistas como Arnold M. Washton “somos mas vulnerables a las drogodependencias y a todas las adicciones en general, y la susceptibilidad a padecer procesos de dependencia esta aumentando en nuestro ambiente cultural”.
En el diálogo, las dos chicas con las que compartía la mesa (y como en el caso de otros consumidores frecuentes) precisaban sentirse ajenas a la imagen que proyectaban, esclavas de una tristeza que no comprendían y olvidaban con la puesta stone. Reconocían y negaban una libertad paradójica articulada en el relato que cada una reconocía o empezaba a hacerlo y según el cual enfrentaban las circunstancias de la vida. Son chicas que provienen de otra ciudad y están enfrentadas (según su propia confesión) a la soledad del estudiante provinciano tratando de adaptarse realmente dentro de otro contexto de inclusión y exclusión (social y familiar) (2).
Para los jóvenes, las drogas “nos permiten sobreponernos a todo y trastocar los conflictos”. La adicción otorga el poder y la aparente libertad de decidir cuando y donde soy libre y hago lo que quiero, de suponer que puedo manejar cualquier situación pensando que puedo moverme con independencia y sin asedio. Lo tomo cuando quiera y lo dejo cuando quiero. Una falsa libertad que trasciende el (auto) engaño, una libertad abstracta que nos muestra la vulnerabilidad de un sujeto sobreestimulado. Hay una frase del psicólogo George Vallant citada por Marina que nos deja múltiples lecciones: “las toxicomanías nos enseñan humildad”.
La adicción y la droga producen una defensa paradójica tanto en efectos como en argumentos; soy la herida y el puñal (3).
*
Leo en el diario un informe último sobre las drogas en la ciudad de Trujillo. Señala que aumentó el consumo y el uso de la marihuana.
Cedro, en su informe anual indica que la principal causa del incremento del consumo de drogas es la proliferación de los lugares de venta y expendio de las sustancias. El argumento de Cedro es que los consumidores han aumentado debido al aumento en paralelo de la microcomercialización. Hay que negar a Cedro (y aquí viene la tarea), me parece falso y hay que rechazar cualquier argumento que intente justificar un hecho o una situación intentando controlar la sustancia sin ocuparse del sujeto. Es absurdo. Lo demuestran las campañas preocupadas en satanizar el consumo y la droga. Poco han hecho los programas de prevención satanizadores y mucho menos los centros de rehabilitación que carecen de un marco teórico profundo y complejo y se abandonan simplemente a la especulación religiosa y la coacción como forma de redención frente a un problema que nada tiene que ver con Cristo y otras deidades, y son manejados por individuos escasamente preparados y que se otorgan la autoridad que para ellos les ofrece el haber sido consumidores y adictos o haber tenido una experiencia personal que nada tiene o tendría que ver con un hecho generalizado, estrictamente individual y personalizado biográficamente. Hay que ocuparnos una vez más del sujeto teniendo en cuenta que ha sido un cambio cultural lo que ha provocado el incremento de las dependencias. Propongamos y apostemos por un nuevo cambio cultural que involucre al sistema abordado en toda su complejidad.
Un contraste es la experiencia holandesa que registra que no se ha producido un incremento de la drogodependencia con la legalidad y facilidad de su consumo en comparación con los lugares en los que el consumo es ilegal, como es el caso de nuestro país y América Latina. Las políticas de control de la oferta y el consumo son ineficaces y no conducen al cambio.
*
La droga sustrae. Los bajos niveles de tolerancia a la frustración con los que somos educados forman un individuo sujeto a la recompensa rápida y a todo lo inmediato. La impulsividad aumenta y deviene en situaciones involucradas con la conducta delictiva, antisocial, violenta y hasta criminal. Para el sujeto atrapado en su adicción, la libertad representa el valor supremo, el valor más altamente calificado por los consumidores y adictos. El argumento básico es el de una libertad asociada a la toma de decisiones y a la espontaneidad cuando es la misma adicción la que quiebra con esta y cualquier libertad.
Hay una frase acuñada por Julián Marías que remata y resuelve el problema argumentando que “la drogadicción es una enfermedad biográfica”. La dependencia química no es tan dura de combatir y una vez vencida aparece precisamente el peso biográfico de la historia como móvil y marco de representación de la enfermedad. La droga es puro sustrato biográfico. Toda adicción tiene que ver con la influencia del pasado sobre el presente.
El drogodependiente se recupera de la adicción reconstruyendo su historia de vida, aprehendiéndola y ajustándose creativamente a las situaciones de riesgo y tolerancia.
El ritual y la repetición juegan un papel importante. El pasado es individual y la repetición está impulsada por la ansiedad. En grupo, el sentimiento se hace colectivo y se comparten las creencias. La subjetividad (inter)dependiente se forma en las relaciones y conexiones establecidas por el consumo y los rituales que establece. El uso de un lenguaje común y la construcción de significados y supuestos alrededor de la droga posibilitan una coartada perfecta ante cualquier ataque. Ante la menor sospecha de una enfermedad.
Antonhy Giddens observa la adicción como una autonomía congelada. La elección que debiera estar impulsada por la autonomía, es trastocada por la ansiedad. El adicto es un siervo del pasado.
Y siguiendo la línea ultramoderna, el verdadero cambio cultural consiste en importar como supremo y autentico valor la autonomía, de la que ya nos ocuparemos, mas allá de la libertad que se impone.
(1) Impuestas por la moda, la publicidad, la cultura de masas, etc.
(2) Son muchachas que como la mayoría de estudiantes provincianos viven en un cuarto de pensión y conforman el grupo de los cajamarquinos, los tumbesinos, las charapas o los talareños.
(3) Un ejemplo en el cine es The Adicttion, a partir de la metáfora de los vampiros. Un excelente film de uno de los últimos genios y realizadores verdaderamente independientes de los Estados Unidos y toda una generación: Abel Ferrara.
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