lunes, abril 03, 2006

PODER Y PSICOPATÍA
El ciclo de improvisación y autoritarismo
Jorge Bruce
El rostro imperturbable del candidato Ollanta Humala, cuando responde preguntas en televisión, impacta favorablemente a mucha gente. Transmite la imagen de un político cuajado que no se exalta, en las antípodas de la memorable "mala leche de la puta madre" de Arturo Woodman. Da la impresión de una persona controlada y segura, que no se inmuta cuando lo cuestionan y que sugiere, mas bien, "mirar hacia delante". Pero cuando se mira hacia atrás en su trayectoria, surge tal cantidad de evidencia contraria con esa figura pétrea, que uno tiene que preguntarse por esa chirriante discordancia. Tenemos a un militar que sirvió en zonas de emergencia, sobre quien pesan gravísimas y fundamentadas acusaciones de reiteradas violaciones a los derechos humanos, con investigadores ten serios como la Coordinadora de Derechos Humanos, el periodista Edmundo Cruz de La República y el propio informe de la CVR, acusándolo. El capitán Carlos (un G2), que el señor Humala, tras intentar negarlo, ha terminado por admitir era su apelativo en la zona de Madre Mía en 1992 y 1993, ha sido reconocido por varios testigos de esa zona, vinculándolo a diversos crímenes. Susana Villarán ha informado que la gente del lugar tiene miedo de que salga elegido. Jaime Bayly, en su programa El Francotirador, al cual el comandante se niega a acudir, presentó una serie de documentadas preguntas que el candidato está obligado a responder. Por ejemplo, cómo pudo permitir que su hermano Antauro publicara un periódico con su nombre –Ollanta– durante varios años, en el cual se hacía una apología de la violencia solo comparable a la del senderismo, sin qu eeste hiciera retirar su nombre. Obviamente avalaba esa incitación a ejecuciones, fusilamientos y demás paredones, en una amalgama confusa de xenofobia, racismo y homofobia que parecen ser escenarios básicos del imaginario familiar.¿ME HABLAS A MÍ?Pero cuando Ollanta Humala niega afinidad alguna con ese discurso ultraviolento que suscribió con su silencio durante todos esos años, incluso cuando recibía un sueldo de más de ocho mil dólares del Estado peruano en París y Seúl, no se le mueve un músculo del rostro, excepto para esbozar una sonrisa condescendiente. Esa inexpresividad algo irónica, esa manera de no alterarse y responder sin brillo pero con una calculada tranquilidad, a mí, lejos de transmitirme la confianza que inspira una conciencia tranquilla, me enciende todas las alarmas psicopatológicas. No solo no me la creo: me produce una inmensa preocupación. Como no soy de los que se alarman con facilidad, me he preguntado por el origen de esa inquietante resonancia. Lo he pensado mucho antes de ponerlo por escrito. Soy consciente del riesgo de una afirmación sustentada en una confrontación entre datos públicos acerca de un candidato a la presidencia de la república, y mis percepciones no solo de ciudadano, también de profesional, pues ambas facetas de mi identidad son, en este caso, inseparables. entiéndase bien: no estoy haciendo un diagnóstico a distancia del candidato Humala Tasso, a quien no conozco. Estoy transcribiendo mis reacciones a sus presentaciones, teniendo como telón de fondo indicos tan serios como los mencionados. NI SATANIZO NI PSICOANALIZO: OPINO. Esa falta de conexión con las terribles preguntas que se le formulan, que algunos interpretan como la actitud despreocupada de quien nada teme pues nada debe, a mí me evoca la desconexión psicopática del nivel alto: aquiella que permite ejecutar y negar las acciones más atrocesa fin de conquistar y preservar una situación de poder. Para lograrlo se requiere una ausencia de identificación con el sufrimiento del otro, más una manipulación consciente de los demás y una sensibilidad antisocial disfrazada de empatía. Excepto –y ahí está el quid del asunto– que su falta de reacción es precisamente lo que llama a sospecha. Hace pensar en una mente escindida, capaz de suscribir y probablemente actuar cuna violencia intolerante y fanática contra gente indefensa, para luego presentarse como un reposado demócrata a carta cabal. Por eso su sangre fría, lejos de hacerme sentir seguro, me exige decir lo arriba expuesto. Esta es una de esas ocasiones en que, como decía Hanna Arendt, el peor delito es callar.

Publicado en la sección Asuntos personales de la revista Somos (N° 1008), suplemento del diario El Comercio, en Lima, Perú, el sábado 1 de Abril de 2006.