Jorge Ayala Salinas
Brooklyn Follies es una novela vitalista, un relato lineal y seriamente optimista. Una novela de luxe porque aquí Auster se da el gusto y el lujo de abandonar los tópicos caracterizados en su obra (La invención de la soledad, El país de las últimas cosas, Leviatán, El palacio de la luna) girando oblicuo y levantando la imaginación en medio de la bruma de un 11 de setiembre ("Una vez leí una frase del cineasta Billy Wilder que me impresionó hondamente: 'Si te sientes realmente feliz, deberías escribir una tragedia; si te sientes verdaderamente desgraciado, deberías escribir una comedia'. Escribir una comedia ayuda a poner las cosas en perspectiva. El mundo ha ido de tragedia en tragedia, de horror en horror, pero los seres humanos seguimos existiendo, enamorándonos y hallando alegría en la vida. Me pareció que éste era un momento para recordarlo."), cronología exacta donde culmina su historia. Nuevamente optimista:
“Eran las ocho de la mañana cuando puse el pie en la calle, las ocho de la mañana del 11 de setiembre de 2001; justo cuarenta y seis minutos antes que el primer avión se estrellara contra la torre norte del World Trade Center. Sólo dos horas después, la humareda de tres mil cuerpos carbonizados se desplazaría hacia Brooklyn, precipitándose sobre nosotros en una nube blanca de cenizas y muerte.
Pero de momento todavía eran las ocho de la mañana, y mientras caminaba por la avenida bajo aquel radiante cielo azul era feliz, amigos míos, el hombre más feliz que jamás haya existido sobre la tierra.”
Nathan Glass- el narrador personaje de estas Brooklyn Follies- es un héroe. O pretende caracterizarlo. Vive sabiendo que va a morir de un cáncer terminal y decide (in) voluntariamente hacer todo lo que nunca hizo dejando de lado el escepticismo y saldando viejas deudas. Y empieza por la familia. Nathan es un detective fabulador y Auster- ya lo ha dicho Rodrigo Fresán- es como la Coca Cola: “Hay momentos en que sólo la Coca-Cola nos quita esas ganas de beber Coca-Cola, porque pocas cosas en esta vida producen más ganas de tomar Coca-Cola que la Coca-Cola.” De acuerdo.
La historia de Brooklyn Follies esta llena de historias. Una de ellas es la de la muñeca de Kafka. Cuenta que una tarde Kafka sale a dar un paseo con Dora, su mujer de 19 años (él le dobla la edad). Esa tarde en el parque se encuentra con una niña que ha perdido su muñeca y Kafka tiene que inventar una historia para calmar y curar la tristeza de la niña.
“¿Alguna vez has oído la historia de la muñeca?”, pregunta Tom. No, el tío Nathan no la recuerda. Sucedió durante el último año de la vida de Kafka, cuando convivió en Berlín con Dora Diamant, una joven que acababa de abandonar en Polonia a su familia jasídica. Fueron meses felices. Kafka, que siempre había sentido horror ante toda forma de compromiso sentimental, esta vez se entrega sin reservas. Todas las tardes sale a pasear con Dora por un parque cerca de la casa. Un día, tropieza con una chiquita que llora sin consuelo. Kafka le pregunta qué le pasa, y la niña le responde que ha perdido su muñeca. Para consolarla, inventa entonces una historia. Le dice que la muñeca se ha ido de viaje. “¿Cómo lo sabes?”, pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. “¿La tienes ahí?”, quiere saber. “No, lo siento”, responde Kafka. “La he dejado en casa, pero mañana voy a traerla conmigo.”
Al llegar a casa, Kafka tiene que escribir la carta y lo hace mostrando la misma gravedad y tensión con que compone su obra literaria. Prepara la mentira y escribe la carta que al día siguiente mostrará a la niña que espera en el parque y tiene que pedirle al mismo Kafka que se la lea ya que ella no saber leer. En la carta la muñeca argumenta estar cansada, harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Su fuga responde a su deseo de salir y conocer el mundo. No es que no quiera a la niña, todo obedece a un cambio y la separación ha sido inminente. No podrán estar juntas durante un tiempo. La muñeca ha prometido escribirle una carta diaria para mantenerla al tanto de sus actividades. Trabajo para Kafka.
Kafka asume el compromiso de escribir las cartas durante tres semanas seguidas. Tiene que redactar cartas imaginarias que complazcan la imaginación de la niña sacrificando su tiempo. Dora, su mujer, dice que escribía las cartas con total atención, tomando consideración por cada detalle, asumiendo un lenguaje propio para la comprensión de la niña. Asiste diariamente al parque a leer a la niña las aventuras de su muñeca que ha crecido y asiste incluso a la escuela y se enamora de un muchacho, con lo que sus pretensiones de volver con la niña se vuelven escasas con la materialización de su boda y la convivencia en el matrimonio. En la última carta la muñeca se despide y anuncia a la niña que no podrá escribirle-debido al tiempo que ocupa en sus nuevas obligaciones- durante mucho tiempo. La niña termina aceptando complacida la nueva vida de la que alguna vez fue su muñeca.
Lo que ha hecho Kafka ha sido construir una nueva historia. Un nuevo significado que sabe que va a depender del lenguaje. Un nuevo contenido. Nos deja algunas lecciones:
1. En la vida no nos basta con una nueva muñeca, necesitamos una nueva historia.
La historia de la muñeca de Kafka me recuerda inmediatamente otra historia, narrada por Luis Botella en Pensamiento Posmoderno Constructivo y Psicoterapia:
“Mi hijo Nacho, a sus tres años, tenía una mascota de peluche de la que era inseparable: su loro Paco. Dormía con él, lo llevaba de viaje, le servía para consolarse de la ajetreada vida propia de su edad. Desgraciadamente, un día se cumplió el vaticinio budista de que todo lo que existe es impermanente y Paco desapareció olvidado en la oficina de una entidad bancaria. Salvamos la noche (relativamente) explicándole a Nacho que Paco se había quedado a dormir en casa de un amigo suyo. A la mañana siguiente recorrí Barcelona entera (¡lo juro!) buscando un loro de peluche igual que Paco, que, por desgracia, provenía de una tienda de Tenerife. Imposible. Puedo asegurar que vi animales de peluche con los que nunca hubiese imaginado que un niño pudiese encariñar, desde dobermans con aspecto de asesinos en serie hasta peludas tarántulas amazónicas... pero nada de alegres loros multicolores con la forma y el tamaño de Paco. De hecho, yo mismo empezaba a experimentar síntomas de duelo por el loro. A base de tanto buscarlo su pérdida parecía más irreparable de lo que había imaginado. Cuando ya desesperaba y regresaba abatido y preparado para contener el llanto amargo del doliente Nacho, encontré en una juguetería al lado de casa un pingüino con la misma forma y tamaño que Paco sólo que claro, blanco y negro. Lo compré, lo escondí bajo un almohadón y le expliqué a Nacho que su lorito había ido a ver unos primos del Polo Norte y se había quedado a dormir allí. Paco había rechazado irreflexivamente una manta que le ofrecían para dormir en el iglú, y de tanto frío como había pasado había perdido sus colores tropicales y se había quedado todo blanco. Ahora había vuelto a casa, pero la daba tanta vergüenza que Nacho lo viese de color blanco que se había escondido bajo el almohadón. Al levantarlo, Nacho estalló en risas de sorpresa y alegría al encontrar a Paco transmutado en pingüino. Desde entonces, según la perspectiva de Nacho, Paco pertenece a una especie ornitológica peculiar: el loropingus.”
Las narrativas nos otorgan un poder vital. El poder del relato y sus dimensiones semánticas vehiculizan nuestra existencia. La dominan. La pérdida se convierte en estas dos circunstancias en una experiencia sin significado ni aceptación. Lo que hacen Kafka y Botella es darle un significado a la experiencia de pérdida de la niña y el niño. La pérdida es una privación de lo propio, lo mío. A la experiencia le posicionamos un discurso. La única forma de hacerlo es a través del lenguaje. Y esto lo entiende Kafka. Y ahí la tensión. El relato tiene que resultar inteligible para que la niña obtenga un significado. Kafka y Botella, a través de su posesión del lenguaje y la posición del discurso, le han dado sentido a una experiencia. La “verdad” de una historia está en los detalles. La muñeca de Kafka desapareció por una simple curiosidad: cambiar de aires. Y terminó casándose. Y la niña terminó comprendiendo “lo real” en su (la) vida.
He recordado también a Ella en una de mis primeras consultas en esta etapa del internado. Llegó a la consulta “destruida y cansada de la vida”, con “una depresión terrible”, consecuencia de una historia de abandono y violencia y abuso sexual que marcaba sus relaciones. Le pedí a Ella que escribiera un diario y relatara en él cada cambio que experimentara su vida desde la terapia, ya sea lo mínimo. Ella llegaba a consulta, me extendía su diario y pedía que se lo leyera en voz alta para analizar después los cambios. Escuchar el relato de su propia historia y de su propia mano, creaba en Ella una sensación de total esperanza en el futuro. De control de sus logros y avances. Su rostro mostraba una certera satisfacción. El diario se convirtió en un personaje, en un testigo, en una voz confidencial que confirmaba su mejoría y contenía los cambios y su contingencia. Fue mi primera experiencia utilizando este recurso y vaya que funcionó. Otros siguen trayendo su cuadernito rojo anillado y me siguen pidiendo que lea en voz alta.
1 Comments:
que buen articulo jorge, al comenzarlo dije que tiene q ver esto con pliegue, y poco a poco me fue cogiendo la forma q entrelazast las historias con la terapia, justo el profe cesar nos a dejado un libro q aplica tecnicas como la del diario, siempre feliz de leerte, un beso
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